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lunes, 22 de noviembre de 2021

Supay, o de la degradación cultural del urin pacha

 Como se indica en la entrada https://barrosjuan.blogspot.com/2021/10/de-los-datos-abiertos-historia-3-anos.html , se hace referencia a un libro en archive.org , cuyo enlace es  https://archive.org/details/antiquitiesofman00savi

Sin embargo, al leer rápidamente encontré información sobre palabras en lenguaje originario y su respectiva traducción. 

La palabra que me cautivó fue: Supai

La traducción actual sería como diablo o demonio, jatun supay sería Lucifer? o gran demonio.  Pero esto sería solo la punta del iceberg. 

Como se indicó en otra entrada https://barrosjuan.blogspot.com/2013/06/del-hombre-jaguar-al-perro-incestuoso.html  al igual que con el Nogal americano https://barrosjuan.blogspot.com/2013/05/leyendas-cuencanas.html ; son intentos de cambiar el chip para adoctrinar a los invadidos.


Bueno, por lo pronto Supay pasó de ser señor del inframundo (Ukhu pacha o urin pacha) o Dios de la muerte a un pobre diablo. ver https://es.wikipedia.org/wiki/Supay

viernes, 22 de septiembre de 2017

¡Empezamos una nueva vida! ¡Nos vamos a otro país!

Para alguien tan ignorante como yo, cada oportunidad de ir al  teatro me permite en el mejor de los casos poder tener una idea nueva. Muchas veces el término ignorante se considera peyorativo en mi cultura, pero para mi es más como un estado, hoy puedo ignorar algo y si lo aprendo o estudio ya no seré más un ignorante. En realidad la percepción cultural juega un rol determinante, tómese por ejemplo el término pendejo.  En mi ciudad se considera un insulto no muy intenso que se puede tomar como sinónimo de tonto o tontito. Caso muy diferente cuando se lo pone en el contexto mexicano, dónde puede ser causal de golpes y rupturas.
El caso es que ayer tuve la oportunidad de ver una adaptación de la obra "los tambores" de Reiner Zimnik en el marco del festival escenarios de mundo en Cuenca. La verdad me gustó mucho la puesta en escena realizada por el grupo peruano "Perú Fusión Teatro". Se trata de un trabajo bastante físico y sincronizado y dado que la historia es la base de todo, la presentación fue bastante amena, llevadera y entretenida.

Es así que regresé a mi casa y pensaba sobre el texto original de la obra. Habrá alguna diferencia entre lo que relataron en la obra con relación al texto original del polaco - alemán. Para mi suerte, en Internet se encuentran varias versiones del cuento. Intenté encontrar alguna con las ilustraciones, pero encontré una solo con el texto. La dirección de la obra se encuentra en https://es.scribd.com/doc/8609123/Zimnik-Reiner-Los-Tambores  y más abajo la incrusté en esta entrada de blog.
Una historia o cuento interesante sobre la historia del mundo y de nuestros comportamientos que nos definen como humanos desde un punto de vista estadístico y no sentimental. Recomendado como historia de cama para cualquier niño grande de cualquier edad.



martes, 11 de junio de 2013

EL CURA SIN CABEZA - Leyendas Cuencanas

A continuación una leyenda más de ésta serie de leyendas encontradas en una agenda de fiestas patronales; el texto es autoría de Eliecer Cárdenas Espinoza. Y el texto reza:          
"EL CURA SIN CABEZA
Esta leyenda es también común en varias ciudades ínter-andinas del país.  Se cuenta que en otra época vivía un sacerdote de escandalosas costumbres, que mantuvo relaciones con numerosas beatas. Cuando el cura murió su cabeza fue cortada y se la llevaron a los demonios.
Desde entonces, el alma del Cura sin Cabeza recorría las calles de Cuenca por las noches, buscando inútilmente su cabeza.  Las buenas gentes podían sufrir un mortal síncope si se encontraban, de manos a boca, con la terrible aparición.  Una versión más picaresca de la leyenda asegura que el cura tenía la cabeza en su sitio, pero tan buena era que, para evitar miradas indiscretas cuando salía a sus andanzas, ocultaba el manto bajo el manteo, y de este modo semejaba una alta figura decapitada.  El propio sacerdote se encargaba de propagar la versión del "parecido" para que sus buenos feligreses se abstuvieran de fisgonear por las noches."

sábado, 1 de junio de 2013

Leyendas cuencanas - Del hombre Jaguar al perro incestuoso

Siempre recuerdo con gusto ésta leyenda de los Gagones como un refuerzo de la mitología de un lugar en particular. En éste caso, pienso que es propia de Cuenca; pero ya no estoy seguro.

A continuación una leyenda más de ésta serie de leyendas encontradas en una agenda de fiestas patronales; el texto es autoría de Eliecer Cárdenas Espinoza. Y el texto reza:                

"LOS GAGONES
De etimología oscura, aunque posiblemente prehispánica, la palabra Gagón o Gagones designa a una pareja de animalitos míticos, “como perritos muy blancos, o conejos”, según quienes aseguran haberles visto generalmente personas de avanzada edad, y que invariablemente aparecen, jugueteando y corriendo, junto a las viviendas en cuyo interior se ocultaban relaciones incestuosas – padre con hija, hermano con hermana, y también compadre con comadre. Los gagones son muy peligrosos. Más de un incauto que en la oscuridad de la noche haya querido atraparlos, tendrá una experiencia espantosa, los extraños animalitos los morderán, e incluso podrían causarles la muerte, de puro pavor.

Si se desea conjurar a un Gagón, habrá que echarle un rosario bendito sobre el cuello. Y si el vecino desea averiguar la identidad de los incestuosamente amancebados, deberá colocar un vaso de agua en el repecho de la ventana. Al día siguiente, se sabrá que la persona que pida de beber es uno de los Gagones."

Es evidente que esta leyenda cuencana es producto del tabú del incesto, y la probabilidad de que se remonte a la época prehispánica es clara. En México y el resto de la región mesoamericana, la tradición de la Nahual – seres humanos que se convierten en animales: jaguar, coyote, etc. - para realizar determinadas tareas nocturnas, siempre malvadas, guardan relación con los Gagones cuencanos y del sur del Ecuador."

El autor mediante su texto delata ante mis ojos una práctica bien conocida utilizada por la iglesia católica. Esta práctica consiste en remplazar las costumbres locales ("paganas") por unas nuevas ("buenas y correctas") para excluir a las personas con diferente cultura. Empatar navidad y carnaval con los solsticios por ejemplo. Y la idea es clara con el ejemplo de los gagones, unir un personaje dual, animal - hombre, con el pecado. El producto es claro también, todos estos seres presentes en otras culturas serán relacionados directamente con el pecado.









viernes, 24 de mayo de 2013

Leyendas cuencanas

Pongo por aquí las leyendas de Cuenca. El texto es autoría de Eliecer Cárdenas Espinoza. Y el texto reza:
" LAS BRUJAS VOLADORAS
Existe la tradición, seguramente muy antigua, de que por las noches hay mujeres que son brujas y que vuelan por las noches. Bien sea en escobas o sobre algún espantoso animal diabólico. Para que una bruja que surca el cielo nocturno se estrelle contra el suelo, solía decirse que hay que coger una tijera y mantenerla abierta sobre el piso. Infaliblemente, la malvada bruja se daba una tremenda caída.

DUENDES Y APARECIDOS
Pocas son las casonas del Centro Histórico de Cuenca que no tengan una historia de duendes y aparecidos. Por lo general, según la tradición, se trata de las almas de personas que cometieron algún pecado y han sido condenadas a vagar por las noches.
Algunos de estos espectros señalan el sitio donde guardaron un entierro o tesoro. Pocos son los que tuvieron la suerte de reparar en la muda advertencia espectral, y luego cavaron en el lugar preciso, en medio de mil y una precauciones, por lo del antimonio o gas maléfico que despiden los lugares donde haya un tesoro enterrado, y se volvieron muy ricos. En cuenca había algunos personajes, prósperos de al noche a la mañana, de los que el vulgo decía que “hallaron un entierro”.

EL ÁRBOL DEL DIABLO
Desde tiempos inmemoriales, el árbol del tocte (nogal americano) es considerado por las gentes de la periferia cuencana y los campesinos de la región como El Árbol del Diablo. Por alguna razón, se dice que el maligno tiene preferencia por los sombríos y coposos árboles de tocte.
En los barrio de las Tres Tiendas y la Gloria, que antaño estaban llenos de espaciosas quintas, con gran números de arboles de tocte, cuenta que el diablo en persona solía aparecerse, teniendo una guitarra, encaramado en un árbol. Muchos mozalbetes juerguistas recibían el susto de sus vidas, al advertir al maligno, riéndose a carcajadas y rasgando su guitarra. La figura del diablo guitarrista como ominosa advertencia de la perdición de los bohemios muchachos noctámbulos surtía efecto."


Sigo buscando mi entierro.

sábado, 18 de mayo de 2013

La viuda calenturienta - Leyendas Cuencanas

Erase una vez más aquí el texto de las leyendas de Cuenca. El texto es autoría de Eliecer Cárdenas Espinoza. Y el texto reza:
"EL FAROL DE LA VIUDA
una de las tradiciones más populares de la Cuenca de antaño, aunque de ninguna manera es exclusiva de la ciudad, es la del farol de la viuda.  Se cuenta que en tiempos lejanos, una mujer de livianas costumbre solía verse con su amante por las noches, y que para ir a sus aventuras cargaba a su pequeño hijo de unos pocos meses de nacidos.  La casquivana, una noche en que cruzaba el río Tomebamba, dejó caer la criatura en las turbulentas aguas.  Desesperada y arrepentida, se proveyó de un "mechero" o farolito de aceite, con el cual recorría incansablemente las márgenes del Tomebamba, lamentándose por su hijo perdido y buscándole enloquecida.  La atribulada mujer murió pronto pero quedo su espectro, que asustaba a los cuencanos trasnochadores con sus desgarradores ayes y el farolito moviéndose al ras de las orillas del río."

Esta leyenda me gusta pues el fin que persigue es el de tratar de parar las costumbres calenturientas en las mujercitas y la bohemia en los varoncitos.
Por supuesto en estas épocas ya no tiene cabida y esos comportamientos son atacados mediante la construcción  de valores familiares y personales, a ver si funcionan. En estos tiempos debido a la igualdad de sexos habrá mujeres y hombres calenturientos y bohemios; como debe de ser.
No me resultaría raro el pensar en un cura saliendo con un farol a recorrer las orillas para infundir miedo a sus clientes/creyentes en medio de la obscuridad de las margenes del río en esa época.

jueves, 16 de mayo de 2013

Huaca no viene de hueco - Leyendas Cuencanas


En la agenda de las festividades de Cuenca se muestran en sus hojas iniciales diversas leyendas y personajes populares. El texto es autoría de Eliecer Cárdenas Espinoza. Y la historia reza de la siguiente forma:
“LA MAMA HUACA
Otra leyenda muy arraigada en Cuenca y el Azuay es la de la Mama Huaca, personaje representado por una mujer generalmente vieja, que en lugar de boca tiene un agujero; de allí la denominación de Huaca, por “hueco”, es decir quien tiene labio leporino. La Mama Huaca, según la tradición, vive a las orillas de lagunas o ríos, y se aparece a los padres o tutores de quienes tienen un niño sin bautizar. Sin jamás mostrar frontalmente el rostro a causa de su deformidad, ofrece al padre o a la madre un tesoro, por lo general una mazorca de oro, a cambio de que se les entregue al niño, con lo cual se hunde en una gruta o se sumerge en las aguas.”
 
De repente me siento estafado o burlado de alguna manera. Y es que creo que mis abuelas me darían una explicación semejante. Pero de otro lado mi cerebro me recuerda que una HUACA, hasta donde tengo entendido y hasta donde mi imaginación me lleva, es la traducción de la palabra española entierro o tumba. Y como en varias culturas es habitual el enterrarse con objetos preciosos, muchas veces el oro, una Huaca es un lugar propicio para hacer las de Indiana Jones y recuperar restos arqueológicos.
Entonces ver las variaciones, Huaca no viene de hueco. De otro lado Cuenca, ciudad conservadora y Curuchupa por excelencia es conocida por seguir las costumbres católicas. De allí el enlace hacia los no bautizados. Por cierto, conozco a ciertos bautizados más diabólicos que el mismo Satanás. Y por supuesto una referencia al oro existente en estas cuevas y grutas. Me gusta el enfoque tradicional de los humanos de excluir y marginar a las personas diferentes o con enfermedades. En ocasiones eran los leprosos y en otras las personas con labio leporino, supongo que eran consideradas como maldición divina o algo por el estilo.
Que bueno que la tradición nos de mucho de que hablar.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Donde estas padre Crespi?

Me gustan mucho las actividades al aire libre, a quien no se le antoja un cine al aire libre? Cubierto por estrellas? Y es extraño que lo primero que viene a mi mente son las funciones para el pueblo que realizaba el padre Carlos Crespi Crossi en la ciudad de Cuenca. Pero no en la Cuenca actual, sino en la Cuenca de mi madre cuando ella es todavía un niño (en la parroquia de María Auxiliadora?). Yo nunca conocí al padre Crespi en persona pero su obra deja mucho de que hablar. Eso lo se porque es el patrono de mi grupo Scout Nro 9 "Carlos Crespi Crossi" en Cuenca y porque preparaba funciones de cine.


Y a que viene todo esto? Bueno en Toulouse en estos días hay un festival de cortos de animación. Y cada noche se proyectan gratuitamente cortos en la plaza de Capitolio, como se muestra en la foto.
Un corto que les recomiendo es: "The Boy and The Beast (2009, Studio Soi)" aca abajo esta el "trailer"?
Tal ves algún día pueda hacer proyecciones parecidas en mi ciudad, pero por ahora solo soy un bocón. El que pueda que lo haga.  

viernes, 5 de noviembre de 2010

où est charlie?

De hecho no se trata de encontrar a Carlos el sujeto de buzo a rayas y lentes.
Sino que por fin encontré el cuento de Shirley Jackson "CHARLES" en este sitio


http://www.lordalford.com/9grade/ss/CHARLESbyShirleyJacksonSTORY.doc
(el enlace está roto, por eso copio el texto en ambos idiomas a continuación.)
Me encanta este cuento pero no se por que.

 

INGLES

CHARLES by Shirley Jackson

The day my son Laurie started kindergarten he renounced corduroy overalls with bibs and began wearing blue jeans with a belt; I watched him go off the first morning with the older girl next door, seeing clearly that an era of my life was ended, my sweet voiced nursery-school tot replaced by a long-trousered, swaggering character who forgot to stop at the corner and wave good-bye to me.

He came running home the same way, the front door slamming open, his cap on the floor, and the voice suddenly become raucous shouting, “Isn’t anybody here?”

At lunch he spoke insolently to his father, spilled his baby sister’s milk, and remarked that his teacher said we were not to take the name of the Lord in vain.

“How was school today?” I asked, elaborately casual.

“All right,” he said.

“Did you learn anything?” his father asked.

Laurie regarded his father coldly. “I didn’t learn nothing,” he said.

“Anything,” I said. “Didn’t lean anything.”

“The teacher spanked a boy, though,” Laurie said, addressing his bread and butter. “For being fresh,” he added, with his mouth full.

“What did he do?” I asked. “Who was it?”

Laurie thought. “It was Charles,” he said. “He was fresh. The teacher spanked him and made him stand in the corner. He was awfully fresh.”

“What did he do?” I asked again, but Laurie slid off his chair, took a cookie, and left, while his father was still saying, “See here, young man.”

The next day Laurie remarked at lunch, as soon as he sat down, “Well, Charles was bad again today.” He grinned enormously and said, “Today Charles hit the teacher.”

“Good heavens,” I said, mindful of the Lord’s name, “I suppose he got spanked again?”

“He sure did,” Laurie said. “Look up,” he said to his father.

“What?” his father said, looking up.

“Look down,” Laurie said. “Look at my thumb. Gee, you’re dumb.” He began to laugh insanely.

“Why did Charles hit the teacher?” I asked quickly.

“Because she tried to make him colour with red crayons,” Laurie said. “Charles wanted to colour with green crayons so he hit the teacher and she spanked him and said nobody play with Charles but everybody did.”

The third day—it was a Wednesday of the first week—Charles bounced a see-saw on to the head of a little girl and made her bleed, and the teacher made him stay inside all during recess. Thursday Charles had to stand in a corner during story-time because he kept pounding his feet on the floor. Friday Charles was deprived of blackboard privileges because he threw chalk. On Saturday, I remarked to my husband, “Do you think kindergarten is too unsettling for Laurie? All this toughness and bad grammar, and this Charles boy sounds like such a bad influence.”

“It’ll be alright,” my husband said reassuringly. “Bound to be people like Charles in the world. Might as well meet them now as later.”

On Monday Laurie came home late, full of news. “Charles,” he shouted as he came up the hill; I was waiting anxiously on the front steps. “Charles,” Laurie yelled all the way up the hill, “Charles was bad again.”

“Come right in,” I said, as soon as he came close enough. “Lunch is waiting.”

“You know what Charles did?” he demanded following me through the door.

“Charles yelled so in school they sent a boy in from first grade to tell the teacher she had to make Charles keep quiet, and so Charles had to stay after school. And so all the children stayed to watch him.

“What did he do?” I asked.

“He just sat there,” Laurie said, climbing into his chair at the table. “Hi, Pop, y’old dust mop.”

“Charles had to stay after school today,” I told my husband. “Everyone stayed with him.”

“What does this Charles look like?” my husband asked Laurie. “What’s his other name?”

“He’s bigger than me,” Laurie said. “And he doesn’t have any rubbers and he doesn’t wear a jacket.”

Monday night was the first Parent-Teachers meeting, and only the fact that the baby had a cold kept me from going; I wanted passionately to meet Charles’s mother. On Tuesday Laurie remarked suddenly, “Our teacher had a friend come to see her in school today.”

“Charles’s mother?” my husband and I asked simultaneously.

“Naaah,” Laurie said scornfully. “It was a man who came and made us do exercises, we had to touch our toes. Look.” He climbed down from his chair and squatted down and touched his toes. “Like this,” he said. He got solemnly back into his chair and said, picking up his fork, “Charles didn’t even do exercises.”

“That’s fine,” I said heartily. “Didn’t Charles want to do exercises?”

“Naaah,” Laurie said. “Charles was so fresh to the teacher’s friend he wasn’t let do exercises.”

“Fresh again?” I said.

“He kicked the teacher’s friend,” Laurie said. “The teacher’s friend just told Charles to touch his toes like I just did and Charles kicked him.

“What are they going to do about Charles, do you suppose?” Laurie’s father asked him.

Laurie shrugged elaborately. “Throw him out of school, I guess,” he said.

Wednesday and Thursday were routine; Charles yelled during story hour and hit a boy in the stomach and made him cry. On Friday Charles stayed after school again and so did all the other children. With the third week of kindergarten Charles was an institution in our family; the baby was being a Charles when she cried all afternoon; Laurie did a Charles when he filled his wagon full of mud and pulled it through the kitchen; even my husband, when he caught his elbow in the telephone cord and pulled the telephone and a bowl of flowers off the table, said, after the first minute, “Looks like Charles.”

During the third and fourth weeks it looked like a reformation in Charles; Laurie reported grimly at lunch on Thursday of the third week, “Charles was so good today the teacher gave him an apple.”

“What?” I said, and my husband added warily, “You mean Charles?”

“Charles,” Laurie said. “He gave the crayons around and he picked up the books afterward and the teacher said he was her helper.”

“What happened?” I asked incredulously.

“He was her helper, that’s all,” Laurie said, and shrugged.

“Can this be true about Charles?” I asked my husband that night. “Can something like this happen?”

“Wait and see,” my husband said cynically. “When you’ve got a Charles to deal with, this may mean he’s only plotting.” He seemed to be wrong. For over a week Charles was the teacher’s helper; each day he handed things out and he picked things up; no one had to stay after school.

“The PTA meeting’s next week again,” I told my husband one evening. “I’m going to find Charles’s mother there.”

“Ask her what happened to Charles,” my husband said. “I’d like to know.”

“I’d like to know myself,” I said.

On Friday of that week things were back to normal. “You know what Charles did today?” Laurie demanded at the lunch table, in a voice slightly awed. “He told a little girl to say a word and she said it and the teacher washed her mouth out with soap and Charles laughed.”

“What word?” his father asked unwisely, and Laurie said, “I’ll have to whisper it to you, it’s so bad.” He got down off his chair and went around to his father. His father bent his head down and Laurie whispered joyfully. His father’s eyes widened.

“Did Charles tell the little girls to say that?” he asked respectfully.

“She said it twice,” Laurie said. “Charles told her to say it twice.”

“What happened to Charles?” my husband asked.

“Nothing,” Laurie said. “He was passing out the crayons.”

Monday morning Charles abandoned the little girl and said the evil word himself three or four times, getting his mouth washed out with soap each time. He also threw chalk.

My husband came to the door with me that evening as I set out for the PTA meeting. “Invite her over for a cup of tea after the meeting,” he said. “I want to get a look at her.”

“If only she’s there.” I said prayerfully.

“She’ll be there,” my husband said. “I don’t see how they could hold a PTA meeting without Charles’s mother.”

At the meeting I sat restlessly, scanning each comfortable matronly face, trying to determine which one hid the secret of Charles. None of them looked to me haggard enough. No one stood up in the meeting and apologized for the way her son had been acting. No one mentioned Charles.

After the meeting I identified and sought out Laurie’s kindergarten teacher. She had a plate with a cup of tea and a piece of chocolate cake; I had a plate with a cup of tea and a piece of marshmallow cake. We manoeuvred up to one another cautiously, and smiled. “I’ve been so anxious to meet you,” I said. “I’m Laurie’s mother.”

“We’re all so interested in Laurie,” she said.

“Well, he certainly likes kindergarten,” I said. “He talks about it all the time.”

“We had a little trouble adjusting, the first week or so,” she said primly, “but now he’s a fine helper. With occasional lapses, of course.”

“Laurie usually adjusts very quickly,” I said. “I suppose this time it’s Charles’s influence.”

“Charles?”

“Yes,” I said, laughing, “you must have your hands full in that kindergarten, with Charles.”

“Charles?” she said. “We don’t have any Charles in the kindergarten.”


ESPAÑOL

CARLOS por Shirley Jackson

El día que mi hijo Laurie empezó el jardín de infantes renunció a los monos de pana con pechera y comenzó a usar jeans azules con cinturón; lo vi irse la primera mañana con la niña mayor de la casa de al lado, viendo claramente que una era de mi vida había terminado, mi dulce voz de niño de jardín de infantes reemplazado por un personaje fanfarrón de pantalones largos que se olvidó de detenerse en la esquina y saludarme con la mano.

Volvió corriendo a casa de la misma manera, la puerta principal se abrió de golpe, su gorra en el suelo y la voz de repente se volvió estridente y gritó: "¿No hay nadie aquí?".

A la hora del almuerzo le habló insolentemente a su padre, derramó la leche de su hermana pequeña y comentó que su maestra dijo que no debíamos tomar el nombre del Señor en vano.

"¿Cómo estuvo la escuela hoy?", pregunté, con una naturalidad elaborada.

"Muy bien", dijo.

"¿Aprendiste algo?", preguntó su padre.

Laurie miró a su padre con frialdad. “No aprendí nada”, dijo.

“Nada”, dije yo. “No aprendíste nada”.

“Pero el maestro le dio una nalgada a un niño”, dijo Laurie, dirigiéndose a su pan de cada día. “Por ser fresco”, agregó con la boca llena.

“¿Qué hizo?”, pregunté. “¿Quién fue?”, pensó Laurie. “Fue Carlos”, dijo. “se portó fresco. El maestro lo azotó y lo hizo pararse en la esquina. Era terriblemente fresco”. “¿Qué hizo?”, pregunté de nuevo, pero Laurie se deslizó de su silla, tomó una galleta y se fue, mientras su padre todavía decía: “Mira, jovencito”.

Al día siguiente, Laurie comentó durante el almuerzo, tan pronto como se sentó: “Bueno, Carlos se portó mal otra vez hoy”. Sonrió enormemente y dijo: “Hoy Carlos golpeó al maestro”.

—Dios mío —dije, recordando el nombre del Señor—, supongo que le dieron otra paliza, ¿no?

—Seguro que sí —dijo Laurie. —Mira hacia arriba —le dijo a su padre.

—¿Qué? —dijo su padre, mirando hacia arriba.

—Mira hacia abajo —dijo Laurie, —“Mira mi pulgar. Vaya, eres tonto” —Se echó a reír como un loco.

—¿Por qué Carlos le pegó a la maestra? —pregunté rápidamente.

—Porque ella intentó que pintara con crayones rojos —dijo Laurie— “Carlos quería pintar con crayones verdes, así que le pegó a la maestra y ella le dio una paliza y le dijo que nadie jugara con Carlos, pero todos lo hicieron”.

El tercer día —era un miércoles de la primera semana— Carlos hizo rebotar un sube y baja sobre la cabeza de una niña y la hizo sangrar, y la maestra lo obligó a quedarse dentro durante todo el recreo. El jueves, Carlos tuvo que quedarse en un rincón durante la hora del cuento porque no dejaba de golpear el suelo con los pies. El viernes, a Carlos le quitaron el privilegio de usar la pizarra porque arrojó tiza. El sábado, le comenté a mi marido: “¿Crees que el jardín de infantes es demasiado inquietante para Laurie? Toda esta dureza y mala gramática, y este chico Carlos parece una mala influencia”.

“Todo irá bien”, dijo mi marido para tranquilizarme. “Es inevitable que haya gente como Carlos en el mundo. Es mejor conocerlos ahora que más tarde”.

El lunes, Laurie llegó tarde a casa, lleno de novedades. “Carlos”, gritó mientras subía la colina; yo lo esperaba ansiosamente en los escalones de la entrada. “Carlos”, gritó Laurie mientras subía la colina, “Carlos se portó mal otra vez”.

“Entra”, dije, tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca. “El almuerzo está esperando”.

“¿Sabes lo que hizo Carlos?”, exigió seguirme a través de la puerta.

“Carlos gritó tanto que en la escuela mandaron a un niño de primer grado a decirle a la maestra que tenía que hacer que Carlos se callara, y entonces Carlos tuvo que quedarse después de la escuela. Y entonces todos los niños se quedaron para verlo.

“¿Qué hizo?”, pregunté.

“Se quedó sentado allí”, dijo Laurie, subiéndose a su silla en la mesa. “Hola, papá, tu viejo trapeador”.

“Carlos tuvo que quedarse después de la escuela hoy”, le dije a mi esposo. “Todos se quedaron con él”.

“¿Cómo es este Carlos?”, le preguntó mi esposo a Laurie. “¿Cuál es su otro nombre?”

“Es más grande que yo”, dijo Laurie. “Y no tiene gomas ni usa chaqueta”.

El lunes por la noche fue la primera reunión de padres y maestros, y solo el hecho de que el bebé estaba resfriado me impidió ir; deseaba apasionadamente conocer a la madre de Carlos. El martes, Laurie comentó de repente: “Nuestra maestra tuvo una amiga que vino a verla a la escuela hoy”.

“¿La madre de Carlos?”, preguntamos mi marido y yo al mismo tiempo.

“No”, dijo Laurie con desdén. “Fue un hombre el que vino y nos hizo hacer ejercicios, teníamos que tocarnos los dedos de los pies. Miren”. Se bajó de su silla, se puso en cuclillas y se tocó los dedos de los pies. “Así”, dijo. Se sentó solemnemente de nuevo en su silla y dijo, cogiendo el tenedor, “Carlos ni siquiera hizo ejercicios”.

“Está bien”, dije con entusiasmo. “¿Carlos no quería hacer ejercicios?”

“No”, dijo Laurie. “Carlos era tan fresco con el amigo del maestro que no le dejaba hacer ejercicios”.

“¿Fresco de nuevo?”, dije.

“Le dio una patada al amigo del maestro”, dijo Laurie. “El amigo del maestro le acaba de decir a Carlos que se tocara los dedos de los pies como yo lo acabo de hacer y Carlos le dio una patada”.

“¿Qué crees que van a hacer con Carlos?”, le preguntó el padre de Laurie.

Laurie se encogió de hombros con detenimiento. “Supongo que lo echarán de la escuela”, dijo.

El miércoles y el jueves eran rutinarios; Carlos gritaba durante la hora del cuento y golpeó a un niño en el estómago y lo hizo llorar. El viernes Carlos se quedó después de la escuela otra vez y lo mismo hicieron todos los demás niños. En la tercera semana de jardín de infantes, Carlos era una institución en nuestra familia; el bebé se portaba como Carlos cuando lloraba toda la tarde; Laurie hizo lo mismo cuando llenó su carrito de barro y lo arrastró por la cocina; incluso mi esposo, cuando se enganchó el codo en el cable del teléfono y arrancó el teléfono y un jarrón de flores de la mesa, dijo, después del primer minuto, "Parece Carlos".

Durante la tercera y cuarta semanas parecía que Carlos estaba sufriendo una reforma; Laurie informó sombríamente durante el almuerzo del jueves de la tercera semana: "Carlos se portó tan bien hoy que la maestra le dio una manzana".

"¿Qué?", dije, y mi esposo agregó con cautela: "¿Te refieres a Carlos?"

"Carlos", dijo Laurie. "Repartía los crayones y luego recogía los libros y la maestra dijo que era su ayudante".

"¿Qué pasó?" Pregunté con incredulidad.

“Él era su ayudante, eso es todo”, dijo Laurie, y se encogió de hombros.

“¿Puede ser cierto eso sobre Carlos?”, le pregunté a mi esposo esa noche. “¿Puede pasar algo así?”

“Espera y verás”, dijo mi esposo cínicamente. “Cuando tienes que lidiar con un Carlos, esto puede significar que solo está conspirando”. Parecía estar equivocado. Durante más de una semana, Carlos fue el ayudante de la maestra; cada día repartía cosas y recogía cosas; nadie tenía que quedarse después de la escuela.

“La reunión de la Asociación de Padres y Maestros es la semana que viene otra vez”, le dije a mi esposo una noche. “Voy a encontrar a la madre de Carlos allí”.

“Pregúntale qué le pasó a Carlos”, dijo mi esposo. “Me gustaría saberlo”.

“Me gustaría saberlo yo mismo”, dije.

El viernes de esa semana las cosas volvieron a la normalidad. “¿Sabes lo que hizo Carlos hoy?”, exigió Laurie en la mesa del almuerzo, con una voz ligeramente asombrada. “Le dijo a una niña que dijera una palabra y ella la dijo y la maestra le lavó la boca con jabón y Carlos se rió”.

“¿Qué palabra?”, preguntó su padre imprudentemente, y Laurie dijo: “Tendré que susurrártela, es muy mala”. Se bajó de la silla y se acercó a su padre. Su padre inclinó la cabeza y Laurie susurró alegremente. Los ojos de su padre se abrieron de par en par.

“¿Carlos les dijo a las niñas que dijeran eso?”, preguntó respetuosamente.

“Ella lo dijo dos veces”, dijo Laurie. “Carlos le dijo que lo dijera dos veces”.

“¿Qué le pasó a Carlos?”, preguntó mi esposo.

“Nada”, dijo Laurie. “Estaba repartiendo los crayones”.

El lunes por la mañana, Carlos abandonó a la niña y dijo la palabra malvada él mismo tres o cuatro veces, lavándose la boca con jabón cada vez. También arrojó tiza.

Mi esposo me acompañó a la puerta esa tarde cuando me disponía a ir a la reunión de la Asociación de Padres de Alumnos. “Invítala a tomar una taza de té después de la reunión”, dijo. “Quiero verla”.

“Si tan solo estuviera allí”, dije en oración.

“Estará allí”, dijo mi esposo. “No veo cómo podrían celebrar una reunión de la Asociación de Padres y Maestros sin la madre de Carlos”.

En la reunión, me senté inquieta, examinando cada rostro maternal cómodo, tratando de determinar cuál escondía el secreto de Carlos. Ninguno de ellos me pareció lo suficientemente demacrado. Nadie se puso de pie en la reunión y se disculpó por la forma en que su hijo había estado actuando. Nadie mencionó a Carlos.

Después de la reunión, identifiqué y busqué a la maestra de jardín de infantes de Laurie. Ella tenía un plato con una taza de té y un trozo de pastel de chocolate; yo tenía un plato con una taza de té y un trozo de pastel de malvavisco. Nos acercamos con cautela y sonreímos. “He estado tan ansiosa por conocerte”, dije. “Soy la madre de Laurie”.

“Todos estamos muy interesados en Laurie”, dijo.

“Bueno, ciertamente le gusta el jardín de infantes”, dije. “Habla de eso todo el tiempo”. “Tuvimos un pequeño problema para adaptarnos, la primera semana más o menos”, dijo con recato, “pero ahora es un buen ayudante. Con algunos lapsus ocasionales, por supuesto”.

“Laurie generalmente se adapta muy rápido”, dije. “Supongo que esta vez es la influencia de Carlos”.

“¿Carlos?” “Sí”, dije, riendo, “debes tener las manos ocupadas en ese jardín de infantes, con Carlos”.

“¿Carlos?”, dijo. “No tenemos ningún Carlos en el jardín de infantes”.